De magos y mineros (Una historia de Plutón)

De magos y mineros (Una historia de Plutón)
Mateo Rello
Libros de Aldarán, Barcelona, 2022

Eva Veiga

Dice Agamben que el hombre contemporáneo ha sido vaciado, no solo de la autoridad de la experiencia, sino de su posibilidad. Y tal vez sea cierto para el ciudadano blanco occidental, aunque no para el que viaja en el filo de lo imposible o se queda exhausto e inapetente, de tanta impotencia y asco, en cualquier esquina de los márgenes. Tal conclusión podríamos deducir de la lectura del último poemario de Mateo Rello: De magos y mineros (Una historia de Plutón). Escritura de un libro que sigue, como si fuesen las babas del caracol, el rastro de una múltiple y compleja experiencia. Habla de ellos, de los que padecen la demencia del sistema, de lo humano, de la necedad, de la maldad… Pero, realmente, está hablando de cada uno de nosotros y de todos a la vez –“nuestro reflejo y penúltima verdad”-. Es el fresco o las secuencias de un film que late con nuestras pulsaciones. Una poesía que no re-presenta, sino que se presenta como lo hacen el sol y el vendaval; las palabras son sujetos que se ex-presan a sí mismos, se liberan del Gran Presti(di)gitador para mostrar, cuestionando, desvelando, a menudo a través de la ironía, lo que las imágenes atrapan, traen, comunican:

    Amanece otra vez y es demasiado.
    Penosamente, el hormiguero
    retoma la rutina y con malhumor,
    los millones de antenas, de patitas
    refrendan su condena y la realidad.

Palabras que se internan en los contenedores y nos huelen las manos y el sueño y ya nada se hace ajeno. No acercan, han quitado las puertas y se entra, se está ya dónde rechazábamos o eludíamos hacerlo. Por eso la ciudad -sus centros y afueras- es nuestro cuerpo. Cuerpo del lenguaje. Un campo de batalla donde resuena la Historia -crímenes, cloacas, esperanzas y naufragios, inframundo- y una evolución cuyo principio regulador no deja de ser la violencia, por más que sabemos que podría y debería cambiar hacia otros modelos éticos:

    Es otra vez la hora del bosque.
   El futuro cumplido de su fronda
   acoge a otras especies, nos rechaza a todos
   -jueces y carpinteros, cirujanos, poetas
   cedemos territorio ante esa pugna antigua,
   guerra entre cazadores y recolectores-.

Y en ese ejercicio de excavación y análisis -“Una nación sucede a otra, un pueblo sustituye/ al anterior/ estratos de papel su rastro.”-, el lenguaje poético se retuerce e imagina porque ha de romper el cerco que nos ciñe a lo impuesto y asumido. A su vez, en la conciencia se abren grietas porque quien mira -lee- elige VER frente a los ojos que huyen. Mas, quien se retire de esta escritura, ya ha sido pulsado en sus pústulas, en su enfermedad. ¿Y no es, acaso, el saberse tocando fondo de la corrupción, premisa de un deseable y posible regenerarse?:

    Es la putrefacción, astros de carne, la que con mano
   sabia
   desata las partículas íntimas de la materia,
   las libera de su danza esférica.
   Y contra la función, contra la forma se conjura

No obstante, en este libro -vinculado en varios sentidos a su anterior publicación, El Atlante– Mateo Rello trabaja la forma poética, como dice Jordi Gol en su magnífico prólogo, en una “decidida apuesta por un lenguaje más evocador, con mayor exigencia formal, menos narrativo que en sus poemarios anteriores”. En efecto, a través de una composición perfectamente elaborada, se ordena el caos como si una sabia ráfaga de aire dispusiera los restos, los signos y los síntomas sobre una superficie donde podamos observar lo que somos, objetos de desecho o simplemente seres perdidos que súbitamente cobran brillo y lucidez: su significación o posibilidad hermenéutica. El sujeto poético es algo así como el arqueólogo de un palimpsesto, de un tapiz incesante que se revela en sus leyes más ocultas, ahora hilos desnudos. Pero el poema, siendo evidente su eficaz estructura, es, sobre todo, su parte blanda: la vida; su condición depredadora y frágil. En esa hondonada bullente caemos como presa en la tela de araña: pero para exiliarnos de lo banal, para liberarnos de las cómodas vendas, para sentir de nuevo que la vida es el caldo nutricio en el que todos nos movemos: la toxicidad que unos producen, el dolor, la necedad, también el amor, el deseo del poeta, todo eso ingerimos. Por ello es tan imprescindible la poesía, esta poesía, como desvelo, como reconocimiento o catarsis. Como extraña medicina para tan larga enfermedad. Poesíatransformativa, necesaria. Para que amanezca.