Alex Gurrutxaga Muxika
Este artículo es la reelaboración, en castellano, del texto Eternitatea istant batean, que ofrecimos en el ciclo Poetika dirigido por José Luis Padrón, en el Koldo Mitxelena Kulturunea de Donostia, el 14 de junio de 2018. Aquel día, Jon Gerediaga ofreció un recital de poesía acompañado por la guitarra de José Belda, recital al que estas palabras sirvieron de humilde introducción. Mi más sincero agradecimiento a José Luis y a Jon.
El poemario Argia, lurra, zuhaitza, zerua (Pamiela, 2015) de Jon Gerediaga (Bilbao, 1975), traducido al castellano bajo el título La luz, la tierra, el árbol, el cielo (Pamiela, 2017), se abre con varias citas. Una de esas citas es la del poeta y cantautor Xabier Lete: «a la vida le pediré paz para que mi espíritu te nombre». Es el último renglón del poema número 18 del libro Biziaren ikurrak [Los signos de la vida], publicado en 1992. En ese poemario podemos ver a un Lete estático y reflexivo que observa la naturaleza, que trata de captar los signos de la vida con los sentidos plenamente despiertos, incluso con ansias de transfiguración. Su lírica recoge y poetiza la relación entre el ser humano y la naturaleza, los encuentros mágicos del tiempo y el espacio personales y universales, tan clásicos como difíciles de poetizar.
En ese sentido, la poética de Jon Gerediaga no anda lejos; tal como dice un amigo poeta, trata de hacer algo que han intentado los mejores poetas de todos los tiempos, y lo hace, ahí está lo subrayable, de forma maravillosa. En el poemario La luz, la tierra, el árbol, el cielo y en Urtaroak eta zeinuak (Las estaciones y los signos, que publicaría Pamiela 2019), Gerediaga trata de aprehender las señales, las marcas, los signos de la vida. «Qué quieren decir / las flores azules en la zarza / y entre las ortigas», se pregunta el poeta, «de qué son señal».
“La poética de Gerediaga: observar, señalar, nombrar”
He ahí una de las preocupaciones centrales de la poesía: ¿cómo se podría reflejar el efímero instante en que se cruzan la naturaleza, el tiempo y el ser humano? Tomaré prestadas unas palabras del mismo Xabier Lete, pronunciadas en una entrevista realizada en 2004:
Respecto a la naturaleza hay tres momentos, y es en esos momentos en que se realizan las posibilidades de toda relación: observar, señalar, nombrar. Cuando observamos, utilizamos las potencialidades de los sentidos. Cuando señalamos, expresamos nuestra sorpresa y nuestra admiración. Cuando nombramos, hacemos uso de la dimensión poética y nos movemos en el laberinto del conocimiento.
Creo que la lúcida explicación de Lete vale casi palabra por palabra para hablar de la poética de Gerediaga: observar, señalar, nombrar. En el libro La luz, la tierra, el árbol, el cielo hay precisamente un poema dedicado a Lete. Reproduzco aquí un fragmento:
Tiemblo
de miedo y de hambre de vida
y tal vez ha perdurado hasta hoy la palabra
para que nombremos una y otra vez las cosas
como tú, los árboles, el aire, el agua, los animales, las piedras
con las palabras viejas y nuevas de nuestra lengua castigada
para que sea creada siempre por primera vez la vida en la tierra (…)
La poesía, pues, aflora en el momento en que el poeta trata de nombrar lo observado o sentido. Baudelaire decía que el objetivo de la poesía es atrapar, aunque sea por un instante, algo absoluto o eterno, algo que está más allá de nuestros límites. Hablamos, claro está, de un objetivo imposible. Gerediaga lo sabe, Baudelaire lo sabía, y también lo sabía Lete; por eso decía, precisamente, que la poesía es tratar de nombrar aquello que no se puede decir. Una contradicción si queréis, un imposible; el ser humano es demasiado pequeño, demasiado efímero ante lo absoluto. Pero la poesía se define en la búsqueda y la persecución (fatal, absurda, frustrada) de ese objetivo.
Jorge Oteiza afirmaba que el arte, en euskera, significa trampa. ¿Trampas, para qué? Para cazar animales, para cazar el tiempo, para cazar a Dios… Gerediaga, en las últimas líneas del último poema del libro Fitola balba, karpuki tui (2004), escribió: «Eta basoko bidean / jainkoak harrapatzeko tranpak / hutsik jarraitzen du» (Y en el camino del bosque, la trampa para cazar a los dioses sigue estando vacía). Tres años más tarde publicó su siguiente poemario, cuyo título daba continuidad a esa idea: Jainkoa harrapatzeko tranpa [La trampa para cazar a Dios]. Y si el arte es trampa, el artista, decía Oteiza, es por definición «hacedor de trampas». Por un instante, aunque fuera el más efímero instante, el artista desearía aprehender la secreta ley de la naturaleza, atrapar a Dios, o al menos observar algo absoluto que lo ligara a un tiempo más perdurable que el suyo propio, tan fugaz. Y, para ello, la herramienta del poeta es la palabra, el acto de nombrar poéticamente.
En la poesía de Gerediaga es constante tanto el contraste entre lo absoluto o perdurable y el instante como el deseo de hacer que ambos converjan. Esta tensión nos remite inmediatamente a la tradición literaria del Lejano Oriente, especialmente al haiku. Por ejemplo, nótese cómo combina imágenes «grandes» o absolutas (luz, cielo, tierra…) con las más vulnerables y diminutas (las puntas de las ramas, las escondidas pequeñas flores azules, las gotas de lluvia que cuelgan de sus pequeños pétalos…). En un poema que Gerediaga leyó por primera vez en la sesión del Koldo Mitxelena, el poeta aparece observando la estrella polar, y he ahí una vez más ese contraste y ese anhelo de unidad; el poeta se dirige a la estrella: «une batez bizi nahi duzu nire desira nekatuetan, nik zure iraute geldoan hartzen dut arnasa» (quieres vivir por un instante en mis fatigados deseos, yo respiro en tu inerte perdurar). De modo que la estrella en el poeta y el poeta en la estrella. No me parece una casualidad que el libro La luz, la tierra, el árbol, el cielo esté dedicado «a lo que debe perdurar».
He mencionado el Lejano Oriente, pero habría que referirse también a otras corrientes o influencias. Entre otras, en la poesía de Gerediaga se intuyen ecos de la literatura clásica; valga como ejemplo esta imagen de tipo vita flumen: «El agua sigue pasando / por debajo del puente / sin dolor, hacia la mar / desde hace mucho tiempo / la luz se divierte en las ondas». Asimismo, también reverberan con delicadeza las obras de autores modernos como el citado Lete, Bitoriano Gandiaga o el gran Xabier Lizardi, por mencionar autores en euskera, o Antonio Machado o Rainer Maria Rilke, por poner ejemplos de poetas cuya impronta es notable en toda la lírica de Gerediaga.
No quisiera terminar, volviendo al tema de lo absoluto y el acto de nombrar, sin recordar el sentido primero, el significado genuino de la poesía. La poesía no es (o, al menos, no solo es) el canto de lo bello, no es una bonita seguida de versos ni una cuestión meramente estética. El poiein griego que se esconde en la base o fundamento del concepto nos recuerda que hablar de poesía es hablar sobre hacer o crear, o quizás mejor, de realizar. Es así como aparece, por ejemplo, en Homero. Y Platón, en su conocido Banquete, escribió que la poesía es «la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser».
“Un objetivo imposible: (…) la poesía es tratar de nombrar aquello que no se puede decir”
Así pues, la poesía constituye el acto de dar existencia a aquello que no la tiene, y los espacios en los que se materializa la poesía son universales, pues no hablamos sino de la forma en la que el ser humano se relaciona con lo que le rodea. Es en ese momento en que resulta fundamental el acto de nombrar poéticamente, de asignar un nombre y de esa manera mentar lo nombrado. Poeta es quien nombra y convoca, quien lucha fatalmente para cazar con trampas aquello que sabe que se le escapará entre los dedos.
Gerediaga mira con los sentidos despiertos, señala con admiración y nombra poéticamente. Y su poesía nos invita a hacerlo también nosotros. Así pues, leamos y escuchemos sus poemas con el alma expuesta, sorprendámonos con lo que nos señala el poeta y transitemos sus vívidos paisajes poéticos.