Madrid rediviva

MADRID rediviva
Eugenio Castro
Pepitas de calabaza, Logroño, 2021

Isabel Gómez Rodríguez

Madrid rediviva, de innegable carácter ensayístico, se nutre de un conjunto de testimonios por medio de los que Eugenio Castro comparte experiencias y expone las reflexiones que de estas se derivan, así como razonamientos diversos de diversa índole. Este libro se estructuraría, así, como un mosaico, pues cada una de sus diez partes tiene absoluta autonomía, al menos en el sentido de que se pueden leer aisladamente sin que por ello pierdan fuerza o significación. Al fin y al cabo, nos encontramos con diferentes situaciones vividas por el autor desde el comienzo de los años ochenta hasta el momento de escritura del libro, año 2018.

Madrid rediviva es un mosaico porque sus piezas, aun con su autonomía, componen también un todo. Pero no es Madrid el punto de unión de los diez capítulos si lo entendemos en un sentido geográfico o localista. Madrid cobra un valor innegable, pero como ciudad, entendiendo aquí ciudad como un espacio vivo y de primer orden dentro de ese absoluto que compone nuestras vidas. La ciudad se presenta—se propone más bien—como un otro al que vale la pena atender: un organismo voluble con el que se puede establecer un intercambio; experimentar estupor, incluso, desde la experiencia de lo más cotidiano. De este modo se invita a concebir el entramado urbano, no como un atrezo o como un espacio inerte, previamente planificado y previsible, sino como una oportunidad para que el encuentro se efectúe.

Pero tampoco se trata de entender la ciudad como un gigante independiente de quien lo habita. El libro comienza con una pregunta que nos interpela: “¿Cuántas veces puede morir una ciudad en el transcurso de la vida de un ser en ella?”. Porque, ¿acaso no se establece una “relación pasional” con la ciudad, como se escribe en el libro, al tiempo que se establece esa misma relación con otros o con una? ¿Acaso el espacio no es tan cambiante como nuestro devenir a lo largo y ancho de este espacio? La mirada, por imposición, es maleada por el ritmo de nuestra existencia. Se metamorfosea también, por lo tanto, la ciudad para formar, en fin, parte de nuestras sucesivas muertes y nacimientos en ella y con ella. Se erige como parte de nuestra “geografía interna”; somos, y cito a Eugenio Castro, “forasteros domésticos” de nuestra ciudad.

También ser conscientes de y dejarnos imbuir por la historia—o, quizás mejor, relato—de la ciudad que habitamos, hace que nuestro paso por ella no sea indiferente. Entre otras muestras de esto, el autor nos remite al Puente de los Suicidas (así llaman los que allí viven —y otros que vivimos—, al Viaducto de Segovia). Por trazar un paralelismo, ¿acaso nosotras, coruñesas, no percibimos un requerimiento al vagar hoy en día por la Avenida de Buenos Aires, que ya no podrá ser jamás un lugar anónimo, sino un símbolo de la violencia y el ensañamiento, pero también de lucha común, cariño y cuidados ciudadanos, de protesta multitudinaria en contra de la discriminación? Se debe tener presente la narrativa pasada e inmediata de la ciudad. Participar en ella desde la consciencia. Saber qué se recorre, qué se ocupa, porque a su vez nos recorre y ocupa. Debemos conocer la vida del lugar donde vivimos porque confiere peso a nuestra propia vida, aquejada de una liviandad insoportable. Establecer una simbiosis con lo otro que es la ciudad viva (o rediviva) es una puerta a un estado que reporta, podemos decir, algo de gravedad a nuestros días.

Más allá de eso, la ciudad también nos reclama de otras formas. No puedo dejar de referirme al azar, que ocupa un lugar preponderante en este libro. La repetición de un nombre o una letra que nos asaltan; el hecho que siempre sucede a la misma hora; el símbolo, color o palabra depositados en la acera, en el muro de un edificio, en un rótulo, una y otra vez… El hallazgo azaroso es un reclamo, pero, cuando se repite, imposibilita que nos sustraigamos de él. Es la ciudad quien llama a nuestro entendimiento y a prestar atención a esa llamada, a ese encuentro: es un modo de despertar. Madrid rediviva denuncia el sonambulismo con el que surcamos a toda prisa el espacio urbano, sin ver, sin buscar, utilizándolo como medio para el consumo, para el que el camino es una vía mediante la que llegar a, y no fin en sí mismo. Caminamos en estado de somnolencia, amodorrados, lelos, ausentes, lo que a su vez se ve promovido por la tendencia geopolítica a convertir las urbes en “ciudades vacías”. Pero la mirada atenta, dispuesta, se
rebela contra la vida utilitaria y productiva. No circular; sí deambular, callejear, buscar el detalle y su simbolismo, dar rienda suelta a la pereza, a la curiosidad, a lo inesperado. Debemos dejarnos desconcertar, salir del letargo. Leo de nuevo un fragmento del libro: “el sueño despierto como objetivación de lo imaginario. […] el puro abandono mental, tiene asimismo un anclaje en lo material, contribuyendo a afirmar lo que algunos llamamos física de la poesía. En esto las cosas, los paisajes, los seres, los acontecimientos intervienen.” No circular, sino invitarnos a trazar un “paso anímico por la ciudad”.

Temo enunciar estas ideas y que el poso que quede sea el de un credo superficial o de visionarismo barato. Es complicado expresar la existencia de este libro sin hacer referencia a conceptos sobre los que no tenemos tiempo de ahondar, como la exterioridad, el comunismo del genio, la imaginación onírica, etcétera. Baste decir que este libro proviene de mucho más allá y, aunque para su lectura no es necesario realizar ningún estudio previo, sí quiero insistir en que lo que aquí se presenta no carece de raíz. Hay un entramado consistente e histórico del que forma parte.

Por otro lado, también me resulta complicado abstraerme y presentar este libro como mera lectora, ya que me he visto involucrada en gran parte de lo que en él se cuenta. Es decir, aunque no en el momento de la escritura de cada apartado, sí he visitado con Eugenio muchos de los lugares que menciona y he podido experimentar con él (y tiempo después, sola o no, y en otros lugares, ya no en Madrid, sino aquí en Coruña) ese encuentro al que se refiere Madrid rediviva. Ya que este ensayo da suficiente información de muchos de los lugares madrileños que podemos llamar “puertas secretas”, quiero referirme ahora, como ejemplo, a uno de tantos encuentros que he experimentado yo aquí, en Coruña, y que él conoce bien porque se lo he contado en varias ocasiones. Me tomo esta libertad aun con prudencial distancia: ni poseo la capacidad de nombrar que tiene el autor del libro, ni menos aún todo su bagaje, ni tampoco las ciudades ni los puntos de partida son los mismos. Trazo de este modo imperfecto y personal algo así como una adaptación de algunos de los pasajes del libro a esta ciudad.

Hablaré, pues, de un hecho que tuvo lugar hasta en cuatro ocasiones a lo largo de meses distintos hace ya cinco años. Hubo un periodo de tiempo en que salía por las noches algunos fines de semana con mis amigos por la Ciudad Vieja. Allí pedíamos bebidas en La jarra melada, que luego consumíamos en el cruceiro de la Colegiata de Santa María. A lo largo de las horas, cada vez me iban invadiendo un desasosiego y tristeza mayores, hasta el punto de que siempre, sobre las dos y pico de la mañana, me despedía. Pero me encontraba tan nerviosa que, en lugar de irme a mi casa, me dedicaba a callejear por la parte antigua de la ciudad. Iba rápido, como huyendo. Acabé una noche en la Plaza de las Bárbaras, un lugar que desde la infancia me subyuga. Es un espacio particularmente solitario y los árboles y la piedra, en esa especie de habitación al aire libre, me brindan intimidad. Para mi sorpresa, esa noche de invierno vi que la puerta del Convento de las Clarisas estaba abierta, así que me encaminé a su interior. Como sabréis muchas, hay un pequeño patio que funciona como antesala de la iglesia. Pensaba que ahí terminaría mi camino, pero no: la puerta al lugar invitaba también a ser cruzada. Allí dentro no había nadie, aparentemente. Me senté en uno de los bancos y vi que había folios plastificados con salmos. Estos salmos se me antojaron una revelación que conectó con total violencia
con mi situación interior. Fueron un canto crudo a la muerte y al erotismo. Ahora releo aquellas frases y entiendo que la agresividad y el terror que me invadieron responden más al terreno de la pesadilla, al sueño lúcido, que al de la vigilia. Las cuatro veces que, de madrugada, golpeada por su lectura, me vi allí sola, las monjas empezaron a cantar tras la celosía sin previo aviso. Ni llegué a comprender qué cantaban, ni lo busqué. Tampoco, en ningún caso, miré el reloj. Sí he intentado desenmascarar las voces, buscar los rostros, pero las monjas (o sirenas clausuradas), se encontraban en un piso más alto, tras un enrejado que solo dejaba intuir algunas sombras. La intensidad de aquello era casi insoportable, conque nunca conseguí quedarme hasta el final. Después, cuando me iba, marchaba como en estado de duermevela y revelación.

No puedo extenderme más, pero esto es solo un ejemplo de tantos, fruto de un existir contrario a la rapidez y a la ceguera turbocapitalistas, también a una mirada que busca este tipo de situaciones. Coruña, Madrid, toda urbe, desde la mirada del errabundo, tiene su casa en sombras, sus confines. Añadiré, únicamente, que, para conferir consistencia al encuentro, no basta con la observación y la búsqueda aisladas. Estos se engrandecen al formar parte de una constelación, relacionándolos con otros encuentros, como se hace en este libro.

Termino con este fragmento de Madrid rediviva: “Sin paradoja posible irrumpe, como por reacción refleja, en este estado gravitacional, una fuerza imaginativa poderosa que tiene sus propias puertas, las cuales cumplen una función contraria a la del encierro […]. Y por ellas, la fuga se torna un principio de liberación urgente, e incluso diría que salvífico; pues la necesidad que palpita como pulsión de vida exige ser auxiliada por una exterioridad regeneradora: el encuentro es esto.”

(El presente texto, Una simbiosis con lo otro que es la ciudad, es la presentación que del libro de referencia se hizo en Portas Ártabras. Asociación de amigos de los museos de Coruña, A Coruña, el día 27 de mayo de 2022).