Pierre Peuchmaurd, el poeta resuena

Eugenio Castro

La obra de Pierre Peuchmaurd, gran desconocido por estos lares, venía pidiendo una presentación a los lectores en castellano. Aprovechando la edición de la antología Pierre Peuchmaurd. Donde baila el polvo amarillo (animal sospechoso), a cargo de Jean-Yves Bériou, Eugenio Castro nos propone este acercamiento a la obra del poeta francés.

Pierre Peuchmaurd

En alguna ocasión, para expresar su vínculo con el surrealismo, Pierre Peuchmaurd ha dicho de sí que es un surrealista “sin prescripción”. Me parece pertinente que se sepa esto desde el principio porque el poeta es muy poco o nada conocido en nuestro dominio cultural. O lo es en un medio muy restringido de poetas, incluidos nosotros. La adscripción señalada es fruto de un aprendizaje y una inclinación que comienzan en la casa familiar, frecuentada -merced a la actividad literaria de su padre- por intelectuales de diversa índole. No es irrelevante la presencia, entre unos y otros, de “Jacques Bureau, antiguo miembro del grupo La Main à plume”, quien, en palabras de Joël Gayraud, “le descubrirá el surrealismo” (Joël Gayraud. La parole aimantée de P. Peuchmaurd, prefacio a Plus vivants que jamais). Sin embargo, la inclinación poética le había sorprendido antes en la cama una mañana cuando, con trece años, escribió un poema. Este hecho lo experimentó como un “estremecimiento físico… y, verdaderamente ese día… el mundo cambió y se volvió ilimitado.”  

Aún muy joven, conocerá también la existencia del libro Nadja, de André Breton, el cual marcará su devenir. Hemos de sumar otro libro más: Las hijas del fuego, de Gérard de Nerval. Y, de inmediato, Kafka y Lewis Carroll, ascendentes insoslayables. Hay que decir que estas lecturas se enmarcan dentro de una pasión por la misma y la posibilidad de llevarla a cabo.

Portada de la antología Pierre Peuchmaurd. Donde baila el polvo amarillo

Por otro lado, el mismo Peuchmaurd escribe que “un breve encuentro con Breton iluminó mi decimosexto cumpleaños” (Entrevista con Olivier Hobé en Quimper.es poésie, 2000, publicada en Tremalo en 2009). Coincidirán, en otro instante, en la Galería Iolas. Cabe decir, sin embargo, que Breton nunca le invitó a participar en la actividad del grupo. Esto último lo sabemos por medio de Georges-Henri Morin, a partir de la entrevista sostenida con Gilles Bounoure, titulada Pierre Peuchmaurd, la poésie etle peu de realité” (Contre Temps, pág. 145-155). Y como el propio poeta expresa, su paso tuvo lugar en un momento histórico de profunda crisis interna del surrealismo, tras la muerte de André Breton, en 1968. Muy poco tiempo después participó, momentáneamente y “sin entusiasmo” (G-H. Morin), en la revista Coupure (Corte) de Jean Schuster. También contribuyó, con más decisión en este caso, a las éditions Maintenant, animadas por Radovan Ivsic, Annie Le Brun, Georges Goldfayn y Toyen. Aún así, no necesitó, a tenor de sus palabras, pertenecer a “un ambiente” para conservar su fidelidad a este pensamiento e interiorizar su espíritu de por vida. Esto sucede terminando la década de los sesenta y en el primer lustro de los años setenta. En 1976 abandona la capital francesa para instalarse en Corrèze (en 1984 lo haría en Brive), lo que supone un alejamiento de la actividad colectiva “de facto”. Sin embargo, no parece que esto fuera para siempre, ya que conservó el contacto con numerosos surrealistas (y no), ligados estos a una actividad colectiva en fase crítica. Y, aunque tuvieran que pasar 18 años -y considerada la parcial distancia geográfica- contribuyó en 1994 a la creación de la revista Le Cerceau [El aro], junto a Nicole Espagnol, Alain Joubert, Anne-Marie Beeckman, François Leperlier y François-René Simon. Le Cerceau es un “lugar de intercambios subjetivos en los que la referencia al surrealismo es constante” (G-H. Morin).

Desearía continuar mi artículo poniendo de relieve un hecho que me parece ser consustancial a Pierre Peuchmaurd: el maridaje entre vida y poesía y la actitud que las une. Puede sorprender lo que acabo de manifestar, sobre todo en un amplio contexto, porque mucho me temo que hoy está bastante instalada la idea de la separación entre obra y vida. Esto no deja de ser, a mi espíritu, más que la evidencia de una impostura literaria que se satisface en esa forma de indiferenciación, de tal modo que la actitud quede subyugada a la obra sin importar lo que podría ser la inmoralidad del autor. No es mi propósito desarrollar este asunto aquí, porque, además, el objetivo de este texto es otro. Sin embargo, me parece oportuno recordarlo de cara a sostener la relevancia que en nuestro poeta tiene la unión de las dos esferas, en contra de su división y desdén. 

Es por esto que se me vuelve necesario señalar que, de la ética de ese pensamiento, Peuchmaurd ha aprendido que la disolución de los contrarios constituye una de las tareas fundamentales del poeta, orientada, desde la individualidad insobornable a la colectividad pertinente -y aun dicho a grandes rasgos- a la emancipación del ser humano, tanto en el plano mental como en el social. La ética, digo, si bien para él el surrealismo fue, y siguió siendo, “su eje moral”, y, sin ser exclusiva, fue una de sus grandes pasiones a lo largo de su vida. Hago uso de sus palabras. 

Nada de lo que acabo de apuntar reduce la autonomía e independencia de una y otra (la actitud y la obra; la vida y la obra), pero la pereza intelectual, la literaturización del genio y de la rebeldía, la industrialización cultural, contribuyen a la separación denunciada. ¿Resulta excesivo sospechar que de tal manera se orienta el espíritu de negación inherente al alto pensamiento poético a su aburguesamiento? 

“…una de sus mayores delicadezas consistía en traducir la experiencia de la aparición (a través del paseo, la contemplación…). Esta era una fuente primordial, según su confesión, de estímulo mayor…”

Peuchmaurd es un hombre inspirado que no deja de reconocer la inspiración delegada. Así es alentado como poeta que corresponde con una obra (una tarea) en mi opinión inspirada. En este punto, además de la erudición, resulta que una de sus mayores delicadezas consistía en traducir la experiencia de la aparición (a través del paseo, la contemplación…). Esta era una fuente primordial, según su confesión, de estímulo mayor. Desearía, para dar prueba del mismo -antes incluso de que nos fijemos en las palabras-, detenernos en sus actos. Servirá ello para reafirmar mi primera manifestación de que, al menos para el surrealista, la separación entre sueño y acción es un artificio consentido, ajeno a él. Conviene hacerlo para tratar de comprender el salto dialéctico que la poesía dio, desde hace un siglo, con el advenimiento del surrealismo. Pues para comprender esta concepción de la poesía, hemos de recordar que la poesía se realiza por otros medios que no son solamente los del poema. Será así más fácil entender que la realización de las ideas-fuerza del surrealismo, desde 1919 hasta 1968, encontraran en la revolución de mayo de este último año su expresión más elevada, en la medida en que la fuerza de la imaginación y la fuerza de los hechos sociales, la convergencia del deseo de un individuo y el deseo de las colectividades, conjugan su contenido subversivo para convertir la realidad en su experiencia superior, en la surrealidad enunciada por los surrealistas: en mayo del 68, por fin, el sueño encontró en la acción a su más bella pareja de baile, y la poesía, como he dicho un poco antes, se materializó en la vida cotidiana en su expresión más inalienable, más ígnea, más celebratoria, más amenazante. Veamos en esto, por lo tanto, una de las grandes manifestaciones de la verdad práctica de la poesía. 

Pues bien, el primer libro que Pierre Peuchmaurd escribió fue el titulado Plus vivants que jamais. Journal des barricades [Más vivos que nunca. Diario de las barricadas]. Él tenía veinte años entonces. Resonando -a muy la larga distancia- Las noches revolucionarias, de Rétif de la Bretonne (y salvando las distancias), el joven poeta recoge, a modo de crónica, desde el tercer día del comienzo de la insurrección, aquello que va viviendo en sus acontecimientos, esa alta poesía que coincide con la utopía, es decir, con la realización revolucionaria del presente. Sus palabras dan testimonio de ello: “Simplemente, entre dos adoquines pasados de una mano a otra, en el punto álgido de nuestro sudor, empezamos a comprender que lo que estamos haciendo es serio, que esta noche no tiene parangón, que no habíamos vivido realmente hasta ahora, que tenemos el sueño entre los dedos: es cúbico y gris, es rojo y negro, tiene el peso que necesita, es la realidad. Y es cierto que esta noche rehacemos la Comuna. Es en ella en quien todos pensamos.”

Teniendo conocimiento de esta disposición, de esta actitud, es posible que se comprenda el espíritu, fundamentalmente libertario, que de ahí rezuma, lo que, dando un gran salto cronológico, explica un poco más la participación del poeta en una serie de publicaciones que, a finales de los años ochenta y en el largo y fecundo curso de los noventa, se caracterizarán por reunir el espíritu libertario de una creación que establece una bella sinergia entre la inspiración surrealista y el activismo anarquista (no me atrevo a hablar de militancia, en su caso, por simple desconocimiento). Afinidades electivas, por tanto. Así pues, no es casualidad que, al margen de una comunidad de hombres y mujeres con enorme conciencia de la refracción, la mayor parte de las publicaciones carezca de principio literario (“la poesía y la literatura son de naturaleza diferente”, manifestaba Breton), perfectamente insuficiente de cara a expresar el ardiente deseo de transformación revolucionaria del hombre, de la realidad, de la sociedad, e incluso de la civilización. 

Los nombres de algunas de las revistas y fanzines aludidos -y reduzco la lista- son La Crécelle noire, subtitulada La revue des lépreux de la littérature; Camouflage, Hotel Ouistiti, Le Chateau-Lyre, GRID, Le Cerceau, Les Cahiers de l’Umbo. Y algunos de los nombres de las personas que conformaron una camaradería y un compañerismo ardientes fueron Jimmy Gladiator, Guy Girard, Nicole Espagnol, Jacques Abeille, Alain Joubert, Anne-Marie Beeckman, François Leperlier, Esther Moïsa, Alice Massenat, Jean-Yves Bériou, Martine Joulia, Jean-Pierre Paraggio, Laurent Albarracin. (Debo subrayar que este último escribe el epílogo de la antología Pierre Peuchmaurd. Donde baila el polvo amarillo, recientemente editada, y selecciona los poemas de la misma).

Hago mención a unos nombres y otros y caigo en la cuenta de que el lector se puede sentir legitimado a pensar que no realizo más que un ejercicio curricular que desactiva los profundos contenidos de tal asociación de publicaciones y personas. Me apresuro, por tanto, a evitarlo, y, para ello, he de poner el acento sobre el hecho de que unos y otros son algunos de los leprosos de la literatura, náufragos sociales (unos más que otros), impenitentes divergentes (algunos reincidentes), “surrealistas individualistas”, me gusta presuponer con recato, como si se tratara de una corriente propia en el marco del surrealismo (por analogía con la que existe dentro del anarquismo). Unos y otros conforman una “comunidad relativamente secreta, muy apartada… de las preocupaciones dominantes y de las diferentes tendencias generalmente censadas, estudiadas, traducidas, alabadas o criticadas”. A esta comunidad se refiere el inspirador de este volumen, Jean-Yves Bériou, en el prólogo al mismo. No son pocos los componentes de esta comunidad que siguen manteniendo en alto el nombre del libre escribir, del libre decir, del libre pensar, del libre actuar, del libre negar, del libre editar, del libre vivir, del libre amar, del libre morir cuyo depósito, el de la libertad color del hombre, se quisiera disolver en el espantoso cenagal de nuestra época; no son pocos los componentes de esa comunidad que mantienen en alto el nombre de Pierre Peuchmaurd como uno de aquellos que pusieron la actitud al servicio de la fidelidad a los deseos de juventud y no la defraudaron (al menos, hasta un límite decible y/o conocido). 

Escribo todo esto y una nube muy oscura me ronda la cabeza, creyéndome estar al borde de la clandestinidad que viene. ¿Exagero? En todo caso, quiero hacer notar la existencia de esas publicaciones, en todas las cuales participó Pierre Peuchmaurd, lo que planteo como el recordatorio de una pérdida sustancial, como es, justamente, la pérdida de la proliferación de publicaciones revolucionarias cuyos profundos contenidos no vacilaban en poner de su parte lo necesario, lo desesperado, lo negativo y lo afirmativo para sostener la libertad de la edición autónoma. 

Peuchmaurd, él mismo editor independiente (Myrddin, -Brive, 1990-; La Machine à feuilles – Limoges, 2000), e igualmente editado (incluso por la Nouvelle Revue Française, si no resulta demasiado naíf la mención), experimentaba quizá la tensión de este conflicto, y tal vez supo sobrevivirle con la dignidad de quien también supo conservar, a pesar de la presión sistémica, el apartamiento (la divergencia) en medio de la trampa del privilegio, la vanidad y el prestigio. 

Nada de lo que he dicho se aleja -creo- de la escritura de Peuchmaurd. Más bien pienso que la actitud refractaria y la sensibilidad poética dejan de ser percibidas contradictoriamente (ya lo he apuntado), pues ese era uno de los objetivos -entre perseguidos y azarosos- del poeta, se diera esto en el marco del pesimismo, de la hostilidad e incluso del escepticismo. 

*

Después de extender esquemáticamente este suelo de índole socio-política en el que se fragua el devenir poético y el espíritu transformador de Pierre Peuchmaurd, desearía andar -con una parcialidad obligada- por el suelo que sostiene su escritura poética. Este no es otro que el de la misma materia, haciéndome eco de sus propias palabras, y siguiendo él a Maurice Blanchard, de cuya poesía Peuchmaurd fue amador e intérprete. “La poesía es una propiedad de la materia”, escribió Blanchard. Ese anillo lo llevó Peuchmaurd en el dedo de por vida. El título de la antología de la que ahora nos hacemos eco, el cual es debido a Martine Joulia, nos lo reconfirma: “donde baila el polvo amarillo”. ¿Qué quiero decir con esto? Que aquello que impulsa la poesía de Peuchmaurd es, en una gran medida, la vida sensible, esto es, la vida exterior, la cosa tangible, el mundo material, lo que existe en lo que se da en llamar realidad, y cómo esto toma cuerpo, en su caso, agudamente en el poema. (Entre paréntesis: materialismo poético es el sesgo teórico, de acuerdo con el carácter discursivo y reflexivo caro al pensamiento poético, que a tal experiencia se abre el Grupo surrealista de Madrid desde hace largos años; lo menciono porque la poesía de Peuchmaurd es de las pocas, en el marco del surrealismo, que evidencia, en el poema, la atención a esa materialidad… de la exterioridad).

La disposición de Peuchmaurd era, pues, la de quien ponía la atención en lo que, desde afuera, terminaba por penetrar en su interior, de tal modo que este mantuviese la mejor relación con un albor renovado. Podemos decirlo de una manera más adornada: la libido del afuera insemina la libido del adentro, cuyo fruto no es otro que el de rejuvenecer una actividad de espíritu (una vida interior) que rehúye ser doblegada por las determinaciones sociales, económicas, políticas, espectaculares que coaccionan y ofenden su desenvoltura. Coincide, quiero decirlo, la disposición de Peuchmaurd con la faceta de la experiencia de la exterioridad que yo mismo enarbolo: “que la exterioridad lleve al redescubrimiento de la interioridad”, y su aplicación, tanto a la teoría como a la escritura del poema; y cómo todo ello tiene en la naturaleza una de sus mayores inspiradoras, por no decir la mayor. Pensamiento y experiencia de la exterioridad sobre la que los miembros del Grupo surrealista de Madrid indagan conforme a sus diferentes ópticas, y la cual establece una estrecha relación con el materialismo poético previamente mencionado. Lo hago saber y lo pongo en relación porque somos dialécticos; establecemos un diálogo fenomenológico con quien dispone una continuidad en el tiempo con el pensamiento que le inspira y él mismo inspira, que nos inspira y nosotros mismos inspiramos.

De lo que se trata, en buena medida, para nuestro poeta es de lo siguiente: “hay que crear lo que existe”, según lo expresa el poeta belga Louis Scutenaire, aforismo que me recordaba hace poco mi amigo Ángel Zapata y que me parece resonar en la poesía de Peuchmaurd.

He mencionado el título de pasada (“Donde baila un polvo amarillo”), y, sin embargo, debo detenerme un rato en él, pues podría ser que en el mismo se concentrase una parte relevante de la apuesta de Peuchmaurd. No obstante, debo antes retroceder hasta un lugar con el que se encuentra nuestro poeta, el cual fue el de la gran revelación, que no le abandonó jamás. Ya lo he adelantado, se trata de Nadja, el libro de André Breton. Este libro tuvo para Peuchmaurd un carácter, no solamente inaugural, en el sentido iniciático del término, sino persistente. En lo que a mi propósito se refiere, quisiera pararme en un rincón del mismo, por lo que tiene de simpatía con el título dado por Martine Joulia a la antología de Peuchmaurd; un título que, conviene aclararlo ya, es un verso extraído del largo poema “Historia de la Edad Media”: “como la hacanea del día en la sala silenciosa / donde baila un polvo amarillo…” El rincón del libro de Breton ante el que me detengo es aquel en el que este escribe, refiriéndose a Flaubert, “que, según su propia confesión, sólo quiso, con Salammbó, ‘dar la impresión del color amarillo’, y con Madame Bovary sólo quiso ‘hacer algo parecido al color de ese moho de los rincones donde hay cucarachas’…”. Bella coincidencia atmosférica, cromática, memorable, incluso espacial. Además del sesgo extraliterario de tales preocupaciones -o por eso mismo-, no dejo de tener en cuenta el modo en que representa esta atención a lo descuidado uno de los núcleos de la poesía de Peuchmaurd: un elemento en apariencia menor (el polvo amarillo en el espacio referido), reúne la potencia de una realidad externa que es observada, eso sí, con penetración alucinada, de tal manera que puede decirse que ha tenido lugar aquí una operación de la visión con significativo sesgo alquímico, ya que se transmuta el estado vulgar en que se halla lo que es llamado realidad; una operación que, por sublimación de la palabra poética, desata los cabos de una realidad fijada a significaciones predeterminadas, fuente de estancamiento y de disminución de la experiencia que de ella pueda llegar a tenerse. No insistiré demasiado en que surrealidad es el nombre que adquiere tal obrar sobre la realidad dada; un concepto -una experiencia- que, así como se define por la unión del sueño y la vigilia y sus efectos en la vida despierta -que conducirían a tener una experiencia superior de la realidad- valdría, tal vez, trasladarlo al de la palabra poética cuando esta se erige en la unión de la palabra durmiente (la palabra en sueño) y la palabra en la vigilia (la palabra en día); un enlace que ha de equivaler, en términos dialécticos -o, por lo menos, analógicos-, a la surrealidad de la palabra. 

La poesía no elude la realidad, bien es cierto, al igual que no puede detenerse en reproducirla a riesgo de dejar de ser poesía. “Hay que crear lo que existe”, repito. Y aquí, ahora sí, cito las siguientes palabras de Peuchmaurd cuando expresa que “el poeta, bastante lleno está de la realidad del mundo, y del transmundo que existe y no; y, sin embargo, existe” (Entrevista con Olivier Hobé, en verano de 2000, publicada en abril de 2009 por Tremalo). Intuyo que, de este modo, cuando la palabra inicia un proceso de liberación de lo que a ella también la ancla en sus significados inamovibles, la realidad siente que su destino prefijado comienza a removerse, que su evidencia es defraudada, porque su sentido es interpelado con la fuerza de un lenguaje que no la deja intacta, a la vez que le muestra su solidaridad. Sí, creo que la poesía de Pierre Peuchmaurd tiene la virtud de conciliar la vida exterior sensible, expresada en ocasiones -a pesar de todo- de forma incluso descriptiva, con unas palabras que, aun obedeciendo puntualmente a esta función, tienden a dar el salto, y con él, descubrir el vacío de lo que nombra funcionalmente la realidad externa. De ser así, no dejará esta de desprenderse de la fatalidad de un destino artificioso, al que no ha de profesar ninguna obediencia. Principio de correspondencia: principio imbatible, inactual, un órgano inmaterial de la poesía del que hace uso Peuchmaurd y le confiere a su poesía presencia. Yo tendría en cuenta, de hecho, que a través de la correspondencia se crea lo que existe, y que la realidad se concilia, sí, con su propia dificultad de ser aprehendida, de ser dicha, de ser enunciada.   

“¿Razona el poeta?”… “No, el poeta resuena… pues es como si, al hacerse oír, el poeta despertara, en quienes le leen y le escuchan, resonancias que actúan como un amuleto de uno a otro, haciendo posible su liberación común…”

En una entrevista con Georges-Henri Morin acerca de Peuchmaurd, recogida por Gilles Bounoure, el primero recuerda haberle formulado al segundo lo siguiente: “¿razona el poeta?”, respondiendo él (Peuchmaurd): “no, el poeta resuena”. Y añade Morin: “pues es como si, al hacerse oír, el poeta despertara, en quienes le leen y le escuchan, resonancias que actúan como un amuleto de uno a otro, haciendo posible su liberación común…”.

Queda aquí arrojado el guante, como una especie de radical desafío: el análisis, el discurso serán siempre insuficientes; válidos, desde luego, pero secundarios ante el poder del poema y la capacidad que este tiene de exasperar lo que se da en llamar realidad y que esta, antes de que razone, resuene; de que en el poema se concilian la apariencia y el entre-en-medio de la realidad, o sea, la profunda presencia de la apariencia; y de que el poema es la prueba -nada fácilmente soportable-, de que lo que existe puede ser creado (antes que conceptuado).

Sé bien que mi artículo está caracterizado por un importante impresionismo, de tal modo que queda fuera de foco algo más que dos o cuatro asuntos cruciales relativos a Peuchmaurd, como pueden ser su pesimismo, su apartamiento de la capital, su inclinación a la soledad, etc… Pero esto no es un ensayo. Entre libros y plaquetas, se cuentan cien sus publicaciones. Se comprenderá, por tanto, mi limitación. Confío, no obstante, que para el público español menos informado este texto sea un umbral e incluso un pasillo que lleve directamente al libro en el que, dejándose uno imbuir, se encontrará frente a las facetas de un poeta que -antes que afirmar yo que pertenece a ella- frecuenta la comunidad del hombresolo (del hombre-en-lo-solo), esa especie en el exterior de la especie cuyo vínculo con la naturaleza reproduce el eco de un instinto de vida (de un anhelo de exterioridad) que resuena tan fuertemente en su poesía; una poesía, valga subrayarlo, en íntima correspondencia con la interioridad. Aludo al hombresolo para señalar la importancia que este tiene, y lo que tiene de necesario su existencia, cuando menos para intuir lo que el hombre no-es-aún-él (en concordancia con María Graciela Llansol); un ser, una comunidad en archipiélago en posesión de la conciencia extralúcida del desamparo al que puede conducir el alcanzar una conciencia extralúcida de la poesía como una épica inútil, y, por eso mismo -es decir, bajo un estado de abandono- poner lo venidero a prueba de lo que ha dejado de ser, y de lo que aún no es.