Tanto es así

Tanto es así
Antonio Méndez Rubio
Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2022

Raúl Molina Gil

Al leer las expresiones que ha utilizado Antonio Méndez Rubio para titular algunos de sus libros, tiendo a preguntarme por su significado: Va verdad, Por nada del mundo, Tanto es así. La eterna e inmutable pregunta por la semántica, como si lo que quema de un poema se hallara tan solo en lo que dice y no en la manera de hacerlo presente. Como si tantos años de dislocarnos la lectura hubieran servido para poco. Tanto es así… Resulta que este conector es una estructura ponderativa que “Introduce un hecho o circunstancia, en general sorprendente, que ejemplifica hasta qué punto es cierta o válida una afirmación anterior”. En la contra del libro, Tere Irastorza afirma “Tanto es así… Palabras que nada significarían si no fuera por cómo nos sitúan en el mundo y, desde el aquí, dotan de sentido a todo el aire que llega a nuestros pulmones”. El poema que cierra el libro dice: “Respira / ¿Te acuerdas de respirar?” (Página 111). Y cierra: “Es mejor vivir / así”. Las citas introductorias señalan: “Por eso es así. Porque” y “Pues es así. Me digo una y otra vez”. Así, tanto es así, tanto, tanto, así. Un eco que resuena en todo el poemario. Tres palabras cuyo sentido no es la suma de sus partes. Tres palabras cuyo sentido es Nada y menos si no existe continuación a las mismas. El título del poemario ha sido erosionado hasta su más mínima expresión: hasta el límite del sentido, hasta la frontera entre el decir y el silencio: “el sistema podía asimilar lo blanco y lo negro, el sentido y el contrasentido, lo que no podía asimilar era el sinsentido, lo disolvente: —Señores, hasta aquí hemos llegado, decía en estos casos el sistema”, decía Juan Luis Ramos.

Tanto es así es un poemario de contención y exposición. Cada una de sus partes (re)vela pequeñas astillas desprendidas del imposible tronco de lo real. La primera de ellas, “Desde ahora” es una sección de limaduras o de esquirlas. Lo que queda del poema, aquello que leemos, no es tanto lo escrito, sino lo que ha permanecido tras un largo proceso de erosión: “Vi el ángel en el mármol y tallé hasta que lo puse en libertad”, decía Miguel Ángel al hablar del David. La de Méndez Rubio es una “poética de la sustracción”, decía Miguel Casado en el prólogo a Todo en el aire, en la que, siguiendo a Zizek, la pasión de lo real comienza desde el vacío, desde la reducción de todo contenido. En un sentido similar, en ¿Un lugar sin lugar? La poesía de Antonio Méndez Rubio, definíamos la obra del autor extremeño como una “poética de la indeterminación”: “Tú dime qué. / Di cómo” o “Mundo sin ti”, “¿Me puedes oír?”. El espacio de la enunciación es incognoscible: “La única prueba / de que existe es que no / tiene nombre”. El lector no puede rellenar los huecos creados por el poeta (ni es necesario que lo haga). La indeterminación que presenta Méndez Rubio es en sí misma la significación. El sentido, mutilado, símbolo de los tiempos presentes, brota (entre murmullos) de los escuetos versos que conforman “Desde ahora”:

De tú a tú:
nadie se va
por nada -y menos aún.
Amanecer
no es fácil.

Sin embargo, la segunda sección, “A pulso”, es un ejercicio de mostración. El lenguaje se expande y en la mayoría de los doce poemas de la serie emerge la fantasmagoría invernal simbólica, tan relevante en otros poemarios anteriores (Va verdad, Por nada del mundo, Por más señas, etc.): “A pulso: al salir a sentir el frío, que no aparece en la piel ya ni siquiera como tal frío, demuestra el aliento contra el cristal que es útil. Nada sin embargo se parece a una voz”. Son las primeras palabras del primer poema: soledad y frío. Solo un tú con el que dialoga el hablante lírico en toda la serie se convierte en luz: “El único premio aquí eres tú. No escribo, te leo los labios. Por una vez, todo lo que hay de libre en mi destino es para que tú me lo pidas”. El final del último poema de la sección reza: “Así de claro. Desde ahora, no desde siempre, una boca habla por otra boca”. De nuevo tres palabras, como en el título. Muchas veces, lo importante de la vida se vela en tres palabras de significado dudoso. Decir y no decir se dan la mano.

Lo natural, simbólico de lo (im)presente, va abriéndose paso hasta aterrizar en la tercera sección: “Bosquimanía”. De nuevo, el lenguaje se erosiona, mientras las referencias espaciales y temporales que salpican los poemas atan las composiciones a una realidad histórica y material. El bosque representa uno de los debates transversales en la poética de Méndez Rubio desde sus inicios: el diálogo entre lo visibilizado y lo invisibilizado, en tanto cuestión política de primer orden. Lacan decía que “El campo de concentración se abre”; Sloterdijk habla de un capitalismo sin exterior. Benjamin señala que el interior sale afuera. El bosque se estructura de forma similar: las raíces, dice la nota inicial, se unen, hecho que puede observarse en el talud de los caminos: esto es, se visibilizan en un espacio de cierre, que a la vez es apertura: en el final, que es a la vez inicio. El lugar de lo utópico: el punto exacto en el que se unen el mar y el cielo, por el que Truman encuentra la puerta para escapar del “gran interior”. Bosquimanía es una historia política que nos invita al rastreo de las referencias (la fuga de Varennes en Bondy en 1791; Henry David Thoreau en los bosques de Maine, los árboles que ocultan Terezin, etc.) y, también, a asumir la imprecisión de lo personal (“La tala”, “Haz de la fe”, etc.). Como Enzensberger, nos hace detenernos en las costuras de su reconstrucción: en las grietas del cuadro. El bosque como conformación política: de lo colectivo al individuo. El bosque como (im)presencia: lo visibilizado (el fruto, el hongo, la rama) y lo invisibilizado (la semilla, el micelio, la raíz). El poema, al cabo, como búsqueda de los restos de lo real que han quedado esparcidos sobre el territorio: como búsqueda de la fisura que permita (aunque sea momentáneamente) ser testigos de (algún fragmento, al menos) de la realidad.

Frente a la apertura hacia el espacio natural de “Bosquimanía”, la cuarta sección, “Alfabeto o baraja” marca un límite, un paradigma cerrado de elementos. De nuevo, el lenguaje se erosiona, se perfila hasta devenir palabra precisa. Todas las composiciones siguen un orden alfabético, marcado por la primera letra del primer verso: “Adivinanza”, “Blanco sobre negro”, “Curva de alma”, etc. El último poema, “Las letras inservibles”, rompe con esta tendencia. Es autorreferencial, metapoético, si se quiere. Señala a su propio espacio dentro del libro y se convierte en disparador crítico o teórico:

Las letras inservibles
primero
y luego todas
las demás letras
del alfabeto

las vamos a escribir
con más cuidado
que nunca
sobre la tierra
de nuevo.

Y, de nuevo, el final, el “Diván de A.”: el más claro ejercicio de exposición y mostración de todo el poemario: un extenso poema (poco común en la obra de Méndez Rubio) que es el flujo de conciencia de un hablante lírico consigo mismo, frente a un tú inaccesible, de nombre “A.”: “Por no tener / no tengo / ni idea de ti”. La pérdida es completa pocos versos después: “Al quedarme sin cuerpo / no tuve ya tampoco de donde / salir”. La cuestión apela a lo más básico: “¿Te acuerdas de respirar?”. La falta como motivo fundador de la escritura: como elemento central del aparataje simbólico en Méndez Rubio: “No me toques. Es / mejor vivir / así”. 

El juego entre lenguaje y silencio (logofágico, si se quiere) que plantea Méndez Rubio en Tanto en así, no se estructura como una búsqueda posible de lo presente, sino como el imposible rastreo de lo ocultado. La poesía como medio de investigación de la otredad: el es fugitivo, inasible, durante todo el poemario. La indagación es el encuentro pero, cuidado, porque, al contrario que Rimbaud, yo no soy el otro, en todo caso, soy con el otro, hacia el otro o (refractado) desde el otro: el conocimiento (de existir) es el diálogo, el (des)encuentro la palabra compartida, pero nunca la transformación, la ocupación del cuerpo ajeno, la toma de su voz. El desdoblamiento, cuando lo hay (“Diván de A.”) no señala la ocupación del lugar del tú, sino la necesaria escisión del yo. La poética de Méndez Rubio habita este espacio entre. Tanto es así lo hace suyo con una lengua erosionada que nos deja ante la grieta: “El alba y no saber / qué decir / ni a quién”. Y allí estallan las preguntas.